¡Lo que me inspira!

lunes, 6 de diciembre de 2010

Expresión




Cuando Niño, vagando en la profundidad de mis miedos, salto a mi mente el destino inevitable de todo ser viviente ¡El morir! ¿Qué queda después de la muerte? ¿Qué legado es el que mantendrá mi recuerdo vivo en vidas ajenas? ¿Qué será lo que me garantizara la eternidad? Netamente no es justo que la vida tenga predilecciones con solo unos cuantos de elite: científicos, artistas, políticos, religiosos, y un largo contar de profesiones que poseyeron tantos afamados, que tras su partida aun continúan hoy en día presentes en este mundo.

¿Qué acción debo tomar para ser inmortal como ellos?
Pedí a la gracia divina me diera entonces el regalo de una voz cual ruiseñor, para así colmar los oídos de este mundo con un canto que rompiera el tiempo y espacio, pero en lugar de ello, me otorgo el desafino del graznido.

Pedí al poder creador me diera dedos magistrales, para con ellos romper el silencio colmando el viento de notas musicales a todo lo largo y ancho de este mundo, pero mis arrítmicas falanges nunca pudieron encontrar instrumento adecuado.

Pedí a los sueños aventuras épicas, para así en mi realidad fueran el material de relatos que crearan infinidad de ilusiones, mas nunca pude despegar la lógica en mi paso por los terrenos de Morfeo, y la trivialidad se hiso presente.

Pedí a la vida el poder de la creación, para recrear cuerpos de vivos en granito inerte y plasmar la naturaleza en terso lienzo, pero solo pude modelar amorfos seres y delinear atípicas figuras monocromáticas.

Pedí al destino el poder de guiar a todo aquel que se me aproximara, para así inspirar su vida y le facultara a alcanzar sus sueños, pero nunca pude siquiera tomar la rienda de este caballo desbocado de nombre existencia.

Pedí a la sagrada interacción de la vida y muerte el poder de la justicia, para así reformar este mundo de caos en paz absoluta e incorruptible, pero nunca pude separar el corazón de la mente y mis veredictos fueron viscerales.

Pedí al dueño de las tinieblas me diera la capacidad de engañar a los demás convirtiéndome en diferentes personas, pero mi actuación nunca fue capaz de convencer ni por un instante al niño más inocente y crédulo de esta tierra.

Pedí a los ángeles la gracia de escribir usando por tinta las emociones de mi corazón, y desde el momento que mi mano toco el tintero se me concedió sin censura ni temor, las ideas se hilaron y volaron por doquier a mí alrededor.

Pero lamentablemente mi corazón me traiciono, es un remolino que arrasa con todo a su paso, desnuda los verdes prados, desoja las copas de los arboles, alcanza las cumbres más altas, se congela y precipita al abismo más obscuro, se funde en las entrañas de la tierra y brota cual manantial entre las llanuras; es vida en movimiento y a su vez destrucción; mi corazón es la copa de vino que rebosante atolondra los sentidos dejando de lado reglas y modismos, es expresión ¡Mi expresión concedida sin reparo y repleta de emoción!

Aun ignoro si mi palabra dejara mella en el tiempo, cual naufrago en la isla del exilio, tiro mensajes en botellas cuando me es posible, espero que una de estas sea recibida por un alma que se identifique con mi palabra escrita; son muchos los años que tengo preso en esta apartada orilla, pero aun sigo preso de mis pasiones ¿Escribir sin esperar nada a cambio? Lo he escuchado tantas ocasiones ¡Escribir para desahogar el corazón! Ese es mi único fin, esa es mi religión…