Un día en el bosque, escuche un árbol caer, el acto duro escasos segundos, el rugido que emitieron las cansadas raíces, cediendo al ser arrancadas de la tierra fértil que le dio cobijo, las ramas quebrándose, los trinos desesperados del miles de pajarillos, y un barullo de hojas al viento, hiso estremecer los latidos de mi corazón.
Las aves que habitaban en los nidos que eran sostenidos por las ramas de este majestuoso ser, se vieron forzadas a levantar el vuelo, muchas de ellas impotentes vieron morir a sus polluelos que aun no sabían volar, o que siquiera habían nacido, otras tantas perdieron su hogar, y solo Dios sabe que más criaturas se vieron afectadas o en la misma situación.
Los rayos del sol se dejaron escurrir a través del espacio que en el cielo boscoso se abrió, la luz ilumino la tierra revuelta que quedo desnuda de toda hoja o posible verdor, solo destrucción pude apreciar, solo muerte pude contemplar, ramas rotas, aves muertas, nidos destrozados, y un vacio inmenso que hacía ver a este bosque como un rompecabezas incompleto.
Tiempo después regrese a ese paraje, por un momento temí ver la estampa de ese día, no sé el porqué, pero tenía que ver el final de este árbol, quería ver que era de su tronco, que era de este espacio de muerte, pero no pude encontrar ese árbol caído, busque por un largo periodo, recorrí las márgenes que calculo mi mente, algo en mi corazón me exigía regresar a este punto, algo en mi alma pedía a gritos retornar, desilusionado y cansado decidí reposar sobre un tumulto de pastos.
Mi corazón se encontraba entristecido, ¡No pude encontrar al árbol caído! Mi mano dio un golpe en el suelo y cual reclamo, del pasto broto un ruido hueco, sorpresa inmensa me tomo desprevenido, al percatarme que bajo mi cuerpo se encontraba ese enorme árbol caído, pero ya no tenía solo destrucción en su alrededor, había muchos árboles visiblemente más pequeños y muchos más germinando a partir de las semillas que dejo caer este amigo al sucumbir.
La tierra revuelta ahora se encontraba repleta de pastos frescos, los cuales se alimentaban de la luz que entraba a través del espacio que dejo descubierto la copa del árbol, Sí, ese árbol, ese que ahora descansaba postrado en suelo, las aves colmaban de nidos ensalzados con el canto de sus trinos todas las ramas de los arboles aledaños, los mismos que tiempo atrás presenciaron la caída de su amigo, era irreconocible el paraje.
Fue cuando comprendí algo tan grande:
Dios me estaba dando una enseñanza de vida, una que se repite desde el comienzo de nuestro mundo y que continuara hasta el fin de los tiempos, La muerte no es el fin, es solo el comienzo de miles de historias, historias que igual fueron anterior a una muerte y vieron sun fin en una, así como la de este árbol. Algún día nuestros cansados pies ya no nos podrán mantener en pie, tal i cual raiz adentrada en la tierra, y así como rugió el bosque al perder uno de sus integrantes, así mismo nuestros seres queridos lloraran, romperán el silencio con sus lamentos causados por nuestra partida.
Como en su momento en el árbol las aves volaron dejando atrás sus polluelos, quedando destrozadas tantas promesas de vida, así en nuestro final mil esperanzas, sueños, anhelos, deseos, planes a futuro, y un largo etcétera, quedaran muertos y cortados de tajo, con nuestra partida pararemos el mundo y cambiaremos las vidas de los que nos rodean.
Pero así como el bosque re enverdeció, cubriendo la tierra desnuda con pasto fresco, y el mismo bosque contempla los retoños de este árbol caído, así nuestras vidas deberán de ser, ¡No lo digo solo yo! La vida es así, así es nuestro camino, esa era la enseñanza que se me dio, no podemos quedar contemplando el árbol caído, aunque su partida nos deja un gran vacío, porque con su caída nuevas promesas retoñaran, nuevas ilusiones vivirán, y un nuevo comienzo se dará.
La herida tardara en cerrarse, el dolor tardara en calmarse, pero existe la promesa divina de que en el mañana nuevamente la alegría retornara.
Porque en cada semilla existe la promesa de vida, la promesa de una flor, la promesa de un comienzo, y la promesa de un final y un adiós, así mis días terminaran en algún momento, dichosos los primeros que se fueron porque serán los que nos reciban y mostraran el nuevo mundo, serán guías y protectores de la nueva vida, dichosos los últimos que se marchen por que serán los que recibirán la mayor bienvenida elaborada por todos los que se fueron antes...